miércoles, marzo 23, 2005

Barbarie o globalización



Julio Carreras


La crisis de los imperios a través de una interpretación ecológica y social



Tesis

La expansión imperial surgió en una etapa avanzada de la evolución humana. Esta solución emprendida por las clases dominantes tuvo su contracara en sociedades denominadas "bárbaras". Las más coherentes de estas sociedades bárbaras terminaron derribando a los imperios.
Estos fueron socavados también por el proletariado interno, en rebeldía ante condiciones extremas de explotación.
En una primera etapa, durante el esclavismo, actuaron a modo de recambio imperial. Más tarde, con la caída del Imperio Romano, fueron provocando transformaciones sociales trascendentes. Allí comenzó la denominada Civilización Occidental, que potenció técnicamente las tendencias imperialistas. Globalización es el nuevo nombre de estas tendencias imperialistas, expresado hoy por el capitalismo tecnocrático.
Nuevas tribus de "bárbaros" amenazan la hegemonía imperial de Occidente. Hoy las constituyen países que han sido capaces de conservar su identidad e independencia, con otros que luchan para no perderlas. A ellos se une la pujante fuerza de movimientos revolucionarios, junto al muy amplio espectro de resistencia global que se articula, con vitalidad creciente, bajo el nombre genérico de "antiglobalización".


Introducción

En 1845 Domingo Faustino Sarmiento, exiliado en Chile, publicó Civilización y Barbarie. Con el tiempo este libro se convertiría en un clásico argentino, cambiando su título original por el de "Facundo". Considerado un texto esencial, se lo utiliza obligatoriamente en 1º o 2º año del Ciclo Básico de las escuelas secundarias. Esto es, cuando el niño ingresa en la adolescencia y se lo considera maduro para recibir lo que se denomina como "instrucción cívica". Tal criterio considera paradigmáticos los argumentos desarrollados a lo largo de esta obra literaria. Veamos cuáles son esos argumentos.
Básicamente que existen dos modos en que pueden vivir los humanos: uno es deseable, hermoso, elevado; el otro repudiable, feo, bajo. El primero se llama "civilización" y es el ostentado por los pueblos europeos -Inglaterra y Francia en primer lugar. El segundo, la "barbarie", supuestamente se había impuesto por entonces en la Argentina, llevándola a compartir tal "desdicha" con otros pueblos del mundo "subdesarrollado". Como un ejemplo de ello, Sarmiento compara el amor a los caballos del gaucho con parecidos sentimientos en el pueblo árabe, y los considera irracionales, propios de pueblos primarios. (1)
Veamos ahora de un modo sucinto cuál es el sistema considerado "barbarie" por Sarmiento a mediados del siglo XIX. Gobierna la Argentina Juan Manuel de Rosas, un caudillo que ha decidido postergar el pago de la incipiente deuda externa, contraída con Inglaterra por Rivadavia, su antecesor liberal. Ha expropiado a los grandes ganaderos, intentando crear una clase media rural con la distribución gratuita de esas grandes extensiones en pequeñas y medianas parcelas. Fuertemente apoyado por los caudillos del interior -entre ellos Facundo- la Confederación Argentina alienta la exportación de productos nacionales, protegiendo a la vez la agricultura y ganadería, por medio de una Ley de Aduanas. Los obstáculos impuestos a la importación de bienes, propiciaron que hacia el fin del periodo de Rosas existiesen en Buenos Aires 106 fábricas. Entre ellas, 3 de cerveza, 3 de pianos, 2 fundiciones de metal. Además, existían 743 talleres artesanales y 2.008 casas de comercio. A estas se agregaban las industrias de Córdoba, donde se fabricaban zapatos y prendas tejidas. El Cuyo proveía a todo el país de vinos, cueros y sedas. La Rioja y Catamarca producían telas, bebidas alcohólicas y aceites. Salta hilaba algodón, harina y también un tipo especial de vinos. Tucumán tenía 13 ingenios que superaban las necesidades internas de azúcar y comenzaban a dirigirse hacia la exportación. Corrientes construía industrialmente barcos. (2)
Los "ilustrados" amigos de Sarmiento, que conspiraban en el extranjero, querían establecer un sistema encajado perfectamente en la civilización del mundo europeo. En 1843 Florencio Varela viaja a Inglaterra, solventado por el "gobierno de la defensa de Montevideo", para solicitar a los ingleses intervención directa.(3)
Literalmente se les pedía: "...derrocar al bárbaro gaucho de Buenos Aires". Por medio de este favor "los civilizados volverían al gobierno" y los ingleses -"civilizadores"- se cobrarían los servicios prestados con la libertad de comercio y la libre navegación de los ríos para sus barcos mercantiles.
El 18 de noviembre de 1845, una escuadra anglo-francesa viajó para atacar las baterías argentinas. Era la misma que acababa de librar la triste Guerra del Opio. Su propósito era quitar las cadenas que Rosas había mandado cruzar sobre el río, para impedir el ingreso de barcos europeos. Pese un triunfo formal de los invasores, la Argentina obtuvo finalmente ventajas en el acuerdo final, celebrado en 1849. Finalmente, luego de 15 años de dura lucha contra enemigos internos y externos, siempre aliados entre sí, "la barbarie" cayó. Su debacle sucedió en Caseros, batalla librada en 1852 entre una coalición de poderosos terratenientes del interior, antiguos aliados de Rosas y los conspiradores liberales del exilio. Pero el triunfo definitivo de la civilización se iba a establecer en 1862, comienzo del periodo en que se sucederían como presidentes Bartolomé Mitre y Domingo Faustino Sarmiento.
La historia oficial nos dice que "promovieron la educación, la inmigración europea y la explotación agrícola. [...] se avanzó en la ocupación de la Patagonia [...] ...adaptaron la política, la economía y la sociedad de la República Argentina a las formas de vida de los países más desarrollados del mundo".
La educación fue desarrollada, es cierto, pero sobre la base de premisas que no nos pertenecían. La inmigración europea se promovió bajo condiciones humillantes para los habitantes originales de esta nación, quienes fueron considerados inferiores a los recién llegados. La ocupación de la Patagonia fue parte del genocidio practicado poco antes sobre los caudillos del interior. En este caso se trató del exterminio de los aborígenes, verdaderos dueños de la tierra que se ocupó. La "adaptación a las formas de vida de los países más desarrollados del mundo" fue el mismo argumento que después usarían presidentes como Menem para someter la nación a los dictados del Fondo Monetario Internacional. Durante el menemismo se denominó a esta entrega "ingreso en el Primer Mundo".
Pues bien. La civilización resultó triunfadora en la Argentina, a diferencia de lo ocurrido en Estados Unidos, donde los "bárbaros" habían echado a los "civilizadores". Los resultados de estos hechos simétricamente opuestos saltan a la vista. Pues el establecimiento de tal civilización, en la Argentina, resultó ser un huevo infeccioso, del cual emergería una república políticamente débil, económicamente dependiente, en permanente contradicción con sus recursos naturales privilegiados.

(1) Domingo Faustino Sarmiento. Facundo. Introducción. Editorial Kapeluz, Buenos Aires, 1959.
(2) Víctor M. Sonego. Las dos argentinas. Ediciones Don Bosco, Argentina, 1983.
(3) Un descendiente directo de Florencio Varela, el coronel Héctor Benigno Varela, comandó en 1921 las fuerzas militares que torturaron y asesinaron a cientos de trabajadores por su prolongada huelga. Nucleados en los sindicatos frigoríficos del Sur, empleados de las estancias patagónicas junto a pequeños y medianos ganaderos, resistían la opresión económica de los terratenientes sumisos al imperialismo inglés. El militar asesino fue ajusticiado varios años después, por un anarquista en Buenos Aires. Osvaldo Bayer ha inmortalizado la gesta de los obreros del sur, en su obra "La Patagonia Rebelde".

1. Los cimientos de Roma

En el año 9 de nuestra era los queruscos, comandados por Arminio, tendieron una emboscada a las poderosas legiones romanas. Marchaban los conquistadores a través de la selva de Teutoburger, cruzando lodazales y retamas durante una tormenta, cuando los germanos lanzaron sobre ellos una granizada de jabalinas. La tempestad se prolongó durante todo el día siguiente y los ataques también. Hasta que los romanos ya no pudieron contenerlos. El comandante, Publio Quintilio Varo, y sus oficiales superiores, se suicidaron. Los legionarios que no murieron en la lucha fueron crucificados, enterrados vivos o sacrificados a los dioses germánicos. (1) Aunque Arminio nunca lo supo, acababa de poner fin a la expansión del Imperio Romano, y marcar el inicio de su decadencia.
Roma venía de haber impuesto su dominación al espacio terrestre más civilizado que se conocía, fusionando bajo su égida los antiguos territorios griegos, africanos y asiáticos. Herramienta clave para su victoria fue la legión, sistema militar ideado por sus generales, como respuesta a la hasta entonces exitosa falange griega. Sobre este blindaje cuadrangular de escudos, por tras de los cuales asomaban largas lanzas, los romanos agregaron un ejército de tiradores. Agrandaron, además, los escudos, perfeccionaron espadas y jabalinas, incorporaron nuevas tácticas guerreras. Esta eficaz técnica militar que combinaba el máximo efecto destructivo de los proyectiles -disparados desde una distancia segura- con un sólido equipo para luchar cuerpo a cuerpo, era sumamente disciplinado, versátil, y adecuado para todo tipo de lucha conocida hasta entonces. Debido a esta ventaja técnica, Roma arrebataría a sus competidoras, Grecia y Cartago, el dominio del Mediterráneo, y se convertiría en la mayor potencia imperial del mundo antiguo.
Otra clave fundamental para el expansionismo triunfal de Roma debemos buscarla en el poder económico acumulado previamente. Habiéndose apropiado durante una primera etapa de todas las tierras provechosas de Italia, un ambicioso núcleo de mercaderes, marinos y militares romanos se lanzaron a conquistar el mayor espacio posible hacia el exterior. Lo hicieron aplicando para ello las inmensas riquezas disponibles, favorecidos también por la feracidad de sus propias tierras, que les permitieran dicha acumulación original.
Una vez derrotados los cartagineses, apropiándose de España, Sicilia, y todos sus espacios coloniales, siguió un período de nuevo crecimiento económico para Roma. Por todas partes en este amplio territorio, se instalaron granjas explotadas por soldados, sumando nuevas ciudades o el gobierno de las más antiguas.
Más tarde le tocaría el turno a Grecia. Ciento veinte años después de haber derrotado a Cartago en Zama, Roma había crecido lo suficiente como para necesitar mayor espacio para su población y sus abundantes recursos económicos. En un periodo relativamente breve se adueñó, uno a uno, de los antiguos reinos griegos, fundados por los generales de Alejandro Magno. Las legiones -imbatibles y mortíferas- fueron lanzadas en todas direcciones, tan lejos como podían apoyarlas las técnicas y las comunicaciones de aquel tiempo. Unos cincuenta años antes de la Era Cristiana el Imperio Romano había llegado a lo que sería su máxima expresión. Sus inmensas posesiones, robadas para los ciudadanos romanos por sus legiones, dieron posibilidades extraordinarias a lo que se dio en llamar "el modo de vida romano".

(1) Mariscal Montgomery. Historia del Arte de la Guerra. Traducción de Juan García Puente. Editorial Aguilar. España, 1969.

2. Quiénes eran los bárbaros

Había pueblos a quienes no les interesaba adoptar la civilización romana. Eran los denominados "bárbaros". Muchos de estos habían sufrido el despojo de sus tierras por las legiones, otros desarrollaban sus propias formas de vida, en los bosques más alejados de la Germania, o en las estepas del Este. Como todos los imperios desde que se originaran los modelos egipcio y babilónico, Roma había puesto las inmensas extensiones conquistadas al servicio de la ciudad.
Solemos usar el término "bárbaro" para referirnos a gente de cultura violenta, rústicos y sin refinamiento, insensibles a lo bello, más semejantes en algunos casos a los animales que a los humanos. Pero cuando Aristóteles o Ptolomeo usaban esta palabra lo hicieron con un sentido diferente. En su interpretación los bárbaros eran simplemente personas que no se habían acostumbrado a vivir en ciudades, debido a lo cual adoptaban una organización económica y social diferente. La característica principal de la vida bárbara consistía en obtener el sustento en base a la naturaleza de la región que habitaban. Los bárbaros eran granjeros o pastores, vivían en unidades familiares o tribus estrechamente relacionadas. Y eran autosuficientes. No estaban acostumbrados a los refinamientos y lujos de las ciudades. Debido a ello sus modales podían parecer rústicos a quienes fueran educados en la civilización (civis = ciudadano). Sin embargo, los bárbaros tenían sus propios códigos culturales, sutiles, adecuados a su vida nómade o rural, pero no menos elaborados que los modales propios de la ciudad.
También en las artes los pueblos bárbaros creaban sus propios lenguajes. A medida que la civilización fue distanciándose de aquellas culturas, dejó de consignar tales aspectos de pueblos considerados poco interesantes. La arqueología en cambio nos ha provisto, más o menos recientemente, de numerosos elementos artísticos, demostrativos de la belleza que eran capaces de crear los bárbaros del Mediterráneo o el Asia Central. Tapices, pinturas, elementos de uso diario labrados con exquisito gusto, demuestran un alto desarrollo estético, inimaginable si uno se guía únicamente por las crónicas.
Ahora bien, el modo de vida bárbaro no se adecua a acumulación poblacional excesiva. Estos pueblos suelen practicar un tipo de agricultura extensiva, usando la tierra para proveer, además, otras necesidades de la existencia humana. La comunidad siembra su propio trigo, cría su propio ganado, recoge sus propias hierbas, produce las materias primas para sus moblajes y vestimenta. Su intercambio comercial suele combinar el trueque con otras formas de compensación mutua. Mas un carácter esencial de su cultura está relacionado con la satisfacción emotiva, provista por el uso de grandes espacios abiertos para su desenvolvimiento social. Las costumbres y tradiciones de los bárbaros están adaptados a una vida en espacios libres. Debido a ello, es que las comunidades conformadas por estas culturas no pueden ser demasiado numerosas.
Con tales características la movilidad puede ser una de las alternativas frecuentes para los pueblos bárbaros. Por una parte para escapar de condiciones climáticas desfavorables o el apiñamiento ante un crecimiento poblacional excesivo. En otros casos al sufrir invasiones, de otros pueblos bárbaros o imperios en expansión.
En realidad, todos los pueblos fueron bárbaros originalmente, sólo que algunos se convirtieron en ciudades-Estado, mientras que otros tendieron a conservar su condición ancestral. Las civilizaciones griega, cartaginesa y romana surgieron de ciudades-Estado construidas por tribus sedentarias de pueblos bárbaros. Al crecer estas ciudades, sus clases dominantes optaron por la guerra, como una forma de ampliar sus posesiones y elevar su nivel económico de existencia.

3.La civilización romana

Siguiendo las premisas históricas manifestadas por los imperios, Roma presentó el fenómeno paulatino del despoblamiento en el campo y la superpoblación de la ciudad. Esta es la consecuencia inevitable de alimentar a grandes poblaciones urbanas a través de la agricultura masiva. Roma y otras grandes ciudades obtenían el trigo de Sicilia, Egipto y lo que ahora es el granero de Rusia: Ucrania.
Hacia el siglo II ya la mayor parte del proletariado urbano era alimentado gratuitamente por el Estado, para evitar rebeliones. Pero
los recursos comenzaban a resultar insuficientes, y el excedente de población era rechazado por las ciudades. Los historiadores contemporáneos nos hablan de piquetes de saqueadores vagabundos, formadas por campesinos, tan numerosos, que ciudades antes pacíficas debieron levantar murallas para protegerse de ellos.
Enfrentada al crecimiento ingobernable, Roma tenía tres opciones para evitar una grave crisis social:
a) encontrar más tierras, para conquistarlas o comerciar;
b) incrementar los recursos mediante la innovación técnica;
c) mantener los privilegios de las clases gobernantes reprimiendo a las masas.
Los romanos habían agotado la opción de obtener más tierras cuando la República se convirtió en Imperio, quedándose con pocas oportunidades de traficar hacia el exterior. Su comercio se limitaba principalmente a artículos de lujo, importados de Oriente. Quedaba el camino del ingenio técnico o la represión. Las clases dominantes eludieron buscar soluciones técnicas, pues preferían el trabajo esclavo a las máquinas. Después de los primeros éxitos de su civilización sobre tierras bárbaras, no habían intentado nada nuevo, negándose sistemáticamente al desarrollo técnico. Esta falla del sistema mantuvo siempre muy alto el nivel de pobreza. E imposibilitó el surgimiento de una amplia variedad de niveles entre las clases medias.
Roma dependía de talleres y no de una industria de producción masiva, incluso para fabricar armas de guerra. Una fábrica de armas en el Imperio Romano era simplemente un sitio donde se obligaba a trabajar a numerosos esclavos, confeccionando a mano lanzas, espadas, escudos y todo lo que la legión usaba para sus combates.
Explotaban las canteras con martillos y cinceles, alzaban los bloques hasta las cimas de altos edificios, valiéndose sólo de la fuerza de estos pobres hombres. De tal manera explotaban cantidades extraordinarias de seres humanos, en condiciones de opresión feroz, sin aumentar el rendimiento productivo. El único recurso conocido para afrontar obras de magnitud era incrementar el número de los esclavizados. La ingeniería casi no existió, tampoco los educadores.
Los banqueros y comerciantes eran muy pocos. No había información pública, un administrador era un mero capataz de esclavos. De modo que la alternativa de crear espacios prósperos para las clases medias mediante el ingenio técnico, tan frecuente en las sociedades occidentales modernas, fue desconocida por los romanos.
Para evitar rebeliones nacidas en la pobreza crónica de las masas, aplicaron sólo la represión. La represión se les había impuesto, desde los primeros tiempos, pues habían basado su crecimiento en las lanzas, las espadas y el terror. La República Romana legó al Imperio un Estado ya sostenido en la esclavitud, la represión y el miedo.
Cada apelación a la fuerza social contribuía de hecho a ese fracaso técnico, que exigía contener a las poblaciones proliferantes a través de un nuevo uso de la fuerza. Cuando una sociedad esclaviza a una gran cantidad de pobres tiene pocas posibilidades de ser técnicamente ingeniosa: ¿para qué inventar una máquina si hay músculo barato para hacer el trabajo? La gran represión social a fines del Imperio nos indica que las posesiones romanas estaban atiborradas. Las clases medias veían cerradas toda posibilidad de progreso o incluso ocupación, por el gran apiñamiento existente en las ciudades.
Para mantener los extraordinarios recursos que manejaban sus clases dominantes, Roma oprimía a las masas de un modo brutal. Pero tenía que alimentarlas gratuitamente y pagar espías y soldados para evitar alzamientos. Los gastos de gobierno eran elevadísimos y sólo podían costearse con impuestos, sobre los pequeños ingresos de una industria y una agricultura primitivas. El dinero nunca alcanzaba, de modo que se rebajó el valor intrínseco de la moneda, se precipitó una inflación indetenible y se arruinó a las clases medias.
A pesar de ello lograron hacer perdurar por siglos su Estado civilizado, a través de un sistema social altamente represivo y dividido en castas. Esta necesidad represiva se fue incrementando a medida que aumentó la población. Hacia sus últimos déspotas, los gobiernos romanos eran verdaderos estados policiales, donde los habitantes tenían temor hasta de hablar en las calles, debido al inmenso aparato represivo existente.

4. Nuevas técnicas guerreras

Ya durante un periodo temprano del imperio los romanos tuvieron signos de una amenaza decisiva que terminaría por derribarlos. En tiempos de Julio César -100 - 44 a. C.- un grupo de legiones fue totalmente destruido en Partia, hacia el Este europeo. El método militar que logró neutralizar la capacidad hasta ahora invencible de las legiones, fueron los arqueros a caballo.
Los arcos usados por estos jinetes eran potentes, curvos y laminados, aún más poderosos que los conocidos por los persas. Las legiones marcharon contra ellos a pie, en largas travesías por tierras áridas. Los jinetes exploradores se abrían en abanico a su frente, para buscar a los enemigos y dar la alarma. Los exploradores romanos vieron grupos de jinetes partos retrocediendo paulatinamente frente a las legiones, vigilando su avance pero sin acercarse.
Algunos lanceros romanos tendrían la primera e ingrata comprobación de lo que podían hacer esos arqueros a caballo cuando uno de ellos se volvió en la silla para disparar contra su perseguidor, con turbadora precisión. Muchos lanceros romanos recibieron así un flechazo en el vientre. De modo que el disparo hacia atrás desde un caballo al galope ganó una fama formidable con la denominación de "flechazo parto".
Vigilados por estos jinetes partos, las legiones avanzaron con su disciplina metódica, experta, largamente estudiada. De noche construían sus defensas, zanja y empalizada, durmiendo sanos y salvos pese al número de arqueros que rondaban en la campiña local.
Pero sin que supieran con certeza cómo había ocurrido esto, llegó un día en que estuvieron completamente rodeados por los jinetes partos.
Confiando todavía en su monumental masa guerrera, los romanos formaron para el combate e intentaron arrasar con el movedizo enjambre. Cuando llegó la tarde de ese fatídico día, las tres cuartas partes de su ejército habían sido aniquiladas.
Esta batalla demostró algo que no sería desmentido ya: una legión clásica no estaba preparada para resistir a un ejercito de miles de arqueros, atacando sobre terrenos amplios. Su único recurso contra tales ataques, en el futuro, sería evitar que las legiones fueran sorprendidas en espacios abiertos.
Si bien la derrota de Carras quedaría superada y el imperio continuaría su crecimiento, el antecedente no sería olvidado por los pueblos bárbaros. Pues algunos siglos más tarde, serían otros guerreros a caballo los que demolerían, poco a poco, la colosal estructura bélica del imperio.

5. Caída de Roma

La población de Roma, hacia el siglo III, dependía completamente de los alimentos que se producían fuera de sus muros. También todas las grandes ciudades del Imperio, pobladas por multitudes, entre las cuales prevalecían los pobres. Esto era particularmente inquietante, debido a que para evitar insurrecciones, el gobierno acostumbraba repartir alimentos gratuitos a las masas famélicas. El imperio sería destruido cuando los bárbaros que lo atacaban consolidaran una técnica guerrera superior a la ejercida por los romanos. Y con ello adquiriesen poder suficiente, como para interrumpir las vías por donde se trasladaban los alimentos de primera necesidad.
Esto comenzaría a ocurrir con la derrota de Valente, el último emperador que se atrevió a salir con sus ejércitos en busca de los bárbaros, con la intención de ahuyentarlos. Las legiones romanas, uno de los ejércitos más poderosos de la historia antigua, fueron ampliamente derrotadas en Adrianópolis (año 378).
Los germanos habían desarrollado un tipo particular de caballería. Esta combinaba los recursos partos del arco y la flecha con la tradición persa de la caballería blindada. Jinetes acorazados, que podían alinearse para una carga masiva, fueron los nuevos argumentos bélicos de los industriosos godos. Los romanos intentaron imitar estas fuerzas, pero debieron valerse para ello de mercenarios germanos. Esto terminaría por volverse en su contra.
Cada vez más numerosos ejércitos de bárbaros libres comenzaron a lanzarse contra el imperio, propinándole derrotas frecuentes.
Treinta y dos años después de la batalla de Adrianópolis, los godos ocuparían por primera vez la mismísima Roma. Luego de una semana de sitio, la gran ciudad desmoronó su resistencia. La clave de esta derrota -extremadamente rápida- residió en la interrupción de sus vías de comunicaciones, lo cual impidió el ingreso de alimentos esenciales. Los godos habían bloqueado el río Tiber, deteniendo el paso de las embarcaciones que traían el grano del África.
Acosadas desde fuera por grandes multitudes de bárbaros que contaban con una técnica superior, sometidas a la insatisfacción constante del proletariado interno, las clases dominantes no tardarían en abandonar su territorio, para establecerse en Oriente. Esta sería también una reafirmación de su identidad cultural. Ya que -a diferencia de lo que suele enseñarse ahora- los romanos jamás se sintieron parte del Occidente Europeo, sino continuadores de la civilización oriental.
Por aquellos tiempos la civilización era considerada un patrimonio de las culturas provenientes de Egipto, Babilonia y Persia. La amorfa cultura de las bárbaras tribus europeas, jamás fue siquiera lejanamente considerada como pariente cercana por los aristocráticos romanos. En esto no hacían más que seguir la tradición griega. Como se sabe, cuando Alejandro Magno conquistó Persia, cambió sus vestidos por el estilo persa, y obligó a sus funcionarios no sólo a adoptar las vestiduras, sino también los hábitos culturales y sociales de los persas, pues se los consideraba propios de una cultura superior. Tampoco es real que los romanos y griegos fueran rubicundos, de ojos celestes, como nos los muestran hoy las películas norteamericanas. Eso es fruto del narcisismo germánico y anglosajón. Lo más probable es que tanto romanos como griegos fueran normalmente morenos, más bien bajos de estatura, del tipo que hoy son más o menos los italianos del sur.

6. Nacimiento de la Civilización Occidental

Desaparecido el poder de Roma en Europa, las tribus germánicas se establecieron por todos sus antiguos dominios. En tiempos del imperio las tierras fértiles estaban organizadas para una producción masiva, destinada a alimentar poblaciones distantes. En sí mismas estaban habitadas apenas, por pequeñas cantidades de agricultores, condenados a la alienación. Pues su trabajo servía sólo para alimentar a personas que nunca verían. Los nuevos conquistadores las aplicaron directamente al sostenimiento de sus pueblos, con lo cual efectuaron un aprovechamiento mayor de los terrenos ocupados.
Mientras tanto, la gente de las ciudades emigraba al campo, ante la escasez reinante por la interrupción del sistema imperial. Décadas de privaciones fueron despoblando aceleradamente los centros de la anterior civilización, dando lugar al surgimiento de un nuevo orden: el feudalismo.
Los bárbaros ya asentados, fueron descubriendo que habían conquistado regiones privilegiadas para la explotación agrícola, incluso equipadas con hermosas construcciones, que pasaron a su propiedad. Desde el comienzo debieron luchar para evitar que se las arrebatasen otros bárbaros, especialmente los mongoles, que caían como langostas de tanto en tanto, surgiendo de las estepas orientales. Pronto tuvieron que defenderse, también, de la expansión de una nueva cultura imperial: el Islam. Mas para evitar apartarnos de nuestra línea de razonamiento central, declinaremos ocuparnos de esa cultura en el presente ensayo.
El avance decisivo de la civilización occidental se basaría principalmente en la habilidad y el ingenio técnico de sus fundadores, los pueblos nord-europeos. La iglesia cristiana, configurando en un solo haz a las diversas poblaciones y orientándolos hacia una cultura común, dotaría de la cohesión necesaria para que la característica mencionada pudiese prosperar, convirtiéndose en argumento decisivo de su posterior actitud imperial. Los jefes guerreros bárbaros fundaron un nuevo orden social, desde los cimientos, distinto en absoluto de la antigua burocracia romana. No ocuparon las atestadas ciudades, sino que se esparcieron por sus campos, creando un ordenamiento basado en la autosuficiencia alimentaria.
La relación de las clases dominantes feudales con quienes producían los bienes sociales, ya no era el esclavismo. Si bien el vasallaje podía resultar asfixiante, para una mirada actual, constituyó un avance, en el sentido de proveer un espacio de libertad inimaginable para los pobres, acostumbrados a ser propiedad absoluta de sus amos. Esto contribuyó a incentivar, posiblemente, el ingenio técnico. Si bien las tierras se consideraban propiedad de los señores feudales, en la práctica quienes los habitaban ejercían su dominio cotidiano. Dentro de esta realidad, cualquier avance técnico que facilitara las labores, aumentando la producción, beneficiaba directamente a los trabajadores, permitiéndoles mayor disponibilidad de tiempo y comodidades crecientes.
Los reinos feudales que vencieron a Roma comenzaron su era con armamento avanzado. La tosca caballería que venciera a las legiones de Adrianópolis se había convertido en elaborados escuadrones cubiertos por perfectas corazas, temibles para los ejércitos musulmanes.
Hacia 1600, los reinos feudales se habían convertido ya en populosas estados nacionales, y habían echado los cimientos de todos nuestros avances técnicos modernos. Por medio de la agricultura racionalmente organizada, era posible suministrar alimentos más baratos a la mayor parte de una creciente población. La aplicación de avances técnicos en la industria estaba provocando una acumulación de capital nunca vista en la antigüedad, en manos de una nueva clase: la burguesía.

7. Expansión de Occidente

Los primeros reinos europeos que se convertirían en potencias imperiales serían España y Portugal. Pero ambos sucumbirían muy pronto ante el pujante desarrollo de otra potencia: Inglaterra. Esta concentró y desarrolló al máximo la utilización del recurso clave creado por los bárbaros, la técnica. Debido a su cercanía y admiración por las tradiciones romanas, los ibéricos habían ido desechando paulatinamente este recurso. Los ingleses, en cambio, férreamente limitados por su realidad geográfica, iban a desarrollar al máximo su aprovechamiento.
Inglaterra era hacia el siglo XVII una isla densamente poblada, que habían convertido en un organizado sistema de producción alimentaria. Se habían esforzado por desarrollar al máximo la agricultura, la industria y el comercio, para satisfacer las demandas de una población creciente hasta la asfixia.
Este crecimiento poblacional abrumador obligó la reflexión de las clases dominantes, que obtuvieron respuesta a sus preocupaciones en la exportación masiva de ingleses a otros territorios. En A Plain Pathwy to Plantations (publicado en 1624) Richard Eburne escribió:
"En verdad, es algo casi increíble de relatar, e intolerable de contemplar, cuán grande es, en cada localidad y ciudad, sí, en cada parroquia y aldea, el número de personas que, por falta de sitios cómodos donde habitar, levantan casuchas junto a la carretera y meten las cabezas en todos los rincones. Esto provoca sobrecarga y abatimiento en los vecindarios invadidos al presente, y acarreará desorganización y conflictos en la comarca entera en un futuro muy próximo de continuar su tendencia si no se afronta el problema. Esto último podría hacerse ventajosamente desde el gobierno, si tales personas fuesen trasladadas hacia otras regiones externas, donde podrían incrementar notablemente sus propiedades y aliviar y despoblar las nuestras al mismo tiempo."
Los hombres más influyentes de Inglaterra aprobaron esta solución y la convirtieron en política de estado. A partir de entonces comenzó la exportación de ingleses hacia otras tierras. Para posibilitar ello debían conquistarlas y lo hicieron. Mediante la ocupación de América los ingleses pudieron garantizar, entonces, la continuidad de su civilización. Las contradicciones entre clases que había comenzado a preocuparlos hacia 1600 encontrarían pues, en las colonias, una válvula de escape excepcional.
Las tierras de América fueron codiciadas y ocupadas por otros europeos en expansión. Franceses y holandeses habían emprendido más o menos simultáneamente la conquista. Entonces los colonizadores ingleses debieron ocuparse también de consolidar un espacio adecuado para el desarrollo de su nicho particular. La técnica aplicada exitosamente en Inglaterra para maximizar la productividad fue exportada intacta al nuevo mundo, lo cual produciría a mediano plazo réditos extraordinarios.
Dos siglos de crecimiento sostenido provocaron la independencia de los colonos norteamericanos, que se lanzaron entonces a la conquista soberana de todo aquel ancho territorio. Para ello debieron despojar completamente a los americanos originales, diversas comunidades aborígenes que fueron exterminadas por la combinación fatal de una civilización para ellos inextricable, con recursos bélicos de superioridad abrumadora. Simultáneamente los conquistadores fueron desembarazándose, también, de los demás ocupantes europeos del territorio que ambicionaban. En 1803 compran a Napoleón I, por 15 millones de dólares, el territorio de la Luisiana. En 1819 logran que España les venda Texas. En 1867, bajo intensa presión de los Estados Unidos, Rusia cede Alaska. El hegemonismo económico y militar de los ambiciosos anglosajones se perfilaba de un modo evidente. La expansión territorial se consolidaría con el despojo a México de más de mitad de su territorio original (1), y el asentamiento de sus pretensiones a través de la instalación de bases militares en Cuba y Puerto Rico.
El imperio fundado por los norteamericanos ha sido sin lugar a dudas el más poderoso y afortunado de toda la historia, hasta hoy. Conocedores de técnicas adecuadas para extraer a la naturaleza el máximo de beneficios posibles, contaron además con inmensas extensiones de tierras, que pudieron usurpar prácticamente sin esfuerzo, debido a la disponibilidad de un ejército altamente preparado para la guerra de conquista.

(1) El 24 de marzo de 1846, una fuerza militar estadounidense al mando del general Taylor cruzó el río Nueces y avanzó por territorio mexicano. Era el comienzo de uno de los mayores latrocinios de la historia, que culminaría dos años después con la anexión de Texas, Nuevo México y California. 1.350.000 kilómetros cuadrados de tierra feraz, prácticamente sin explotar, donde "poco antes" los estadounidenses habían descubierto "por casualidad" los mayores yacimientos de oro de todo el Norte de América.

8. Cima y decadencia

El imperio norteamericano llevaría un ritmo creciente a lo largo de todo el siglo XIX y la primera mitad del XX. Tiempos de prosperidad y optimismo, parecía que todo lo que se propusieran les resultaría posible. Participando con astucia en las dos guerras mundiales, a las que ingresaron cuando el enemigo ya estaba desgastado, lograron convertirse en los garantes de Europa y los árbitros del mundo.
Desde entonces ubicaron a la cola de sus proyectos a sus aliados europeos y todavía más a las naciones vencidas, Alemania y Japón.
Estados Unidos se convirtió entonces en el país más rico y avanzado del mundo, el lugar donde cualquier persona con un poco de ambición y voluntad podía llegar a ser feliz, según su extendida propaganda subliminal.
Pero no todos los recursos necesarios para seguir ampliando el confort norteamericano podían alcanzarse con técnica o astucia. Pronto el crecimiento demográfico provocaría en los estadounidenses esta sensación de apiñamiento que se les ha hecho familiar hoy. A finales de la Segunda Guerra Mundial se comenzaban a sentir tales síntomas, que fueron enfrentados con una inteligente política por parte de las clases dominantes. Se le llamó "New Deal". Un flujo de capitales sin precedentes se volcaría entonces para mejorar la performance tecnológica de todas las empresas estadounidenses, lo cual produjo una disponibilidad de recursos extraordinaria, renovando las esperanzas de prosperidad ilimitada. Hacia 1970 se habían agotado los recursos para este intento: su talón de Aquiles no tardó en aparecer. Se llamaba -se llama- "recursos energéticos". O, más específicamente, "petróleo".
El bienestar de Occidente se construyó sobre el requisito de la energía barata. Todas las civilizaciones anteriores usaron energía cara, por lo general mano de obra humana complementada con algo de trabajo animal. La energía es poder para efectuar el trabajo.
Resulta imprescindible para la construcción de un nicho humano amplio y civilizado.
La incapacidad para descubrir fuentes de energía alternativa condujeron al estancamiento del Imperio Romano. Dependían de esclavos para fabricar y trasladar cosas, así como para prestar servicios imprescindibles en una sociedad altamente civilizada. Esto exigía que un altísimo porcentaje de la población estuviera condenada a ser siempre pobre. Este elevado costo de la energía provocaba, además, un índice de productividad industrial extremadamente bajo. Hasta el punto de resultar insuficiente, al convertirse las ciudades en verdaderos hormigueros humanos, con crecientes demandas de suministros variados. Los negocios romanos difícilmente podían permitir la acumulación suficiente para generar un gran capitalismo. Tales ingresos, proporcionalmente modestos, significaban coeficientes impositivos restringidos. Lo cual traía como consecuencia gobiernos con bajos presupuestos, estancamiento en la tecnología militar y desmoronamiento progresivo de la inmensa estructura, montada durante las conquistas. Una civilización pobre en energía, es incapaz de solventar los costos de una burocracia grande y compleja, abasteciendo, además, a una población creciente.
Tarde o temprano tiene que entrar en crisis, y para intentar una salida puede empezar a dar golpes desesperados.
Los bárbaros que derribaron a Roma contaban, a poco de iniciar su proceso civilizatorio, con una base tecnológica considerable. Una vez establecida la Revolución Industrial, esta civilización descubrió que las Américas podían absorber los habitantes que sobraban. La multiplicación sin límites de la población europea, a la vez que despojaba de sus espacios vitales a otras sociedades menos tecnificadas, constituiría pronto la base sobre la que se consolidaría el exitoso modelo occidental de desarrollo. Habiendo descubierto cómo utilizar el carbón fósil y el petróleo, para hacer el trabajo que en civilizaciones anteriores hacían los esclavos, multiplicando su efectividad en millones, sentaron las bases para la acumulación de riquezas nunca conocidas. Fue este botín de energía fósil lo que permitió a Occidente llegar casi a la eliminación de la pobreza en sus territorios, pese a una población en constante crecimiento. Una gran parte de sus ciudadanos se volvieron ricos, acostumbrándose a vivir en un nicho muy amplio y confortable, provisto por las nuevas tecnologías. Si uno compara el nivel de confort disponible para un obrero francés del siglo XX, con el de un señor feudal de diez siglo atrás, puede calibrar la magnitud del progreso económico obtenido. Pero todo esto -desde el teléfono hasta la calefacción, pasando por los alimentos- ha sido posible gracias a la disponibilidad de un gran caudal de energía barata.
El ascenso de los bárbaros occidentales dependió esencialmente de su capacidad para producir alimentos económicos. En tiempos del feudalismo, el bajo costo dependía de nuevas técnicas agrícolas, relacionadas con especies vegetales nuevas y rotación de los cultivos. Esto era suficiente para poblaciones moderadas, pero no hubiese alcanzado jamás para las inmensas concentraciones urbanas que se fueron desarrollando. Luego se obtendría el gran excedente alimentario proveniente de las colonias americanas, lo cual contribuyó de un modo importante a la concentración de los habitantes europeos en las ciudades, su creciente especialización técnica y una elevación en su nivel de vida.
El gran hallazgo, que originaría la posibilidad de producir alimentos en gran escala, sería la aplicación de la energía barata a la explotación agropecuaria. Tractores, cosechadoras, sembradoras, y sobre todo los fertilizantes químicos, redujeron los costos de la producción alimentaria, incrementando simultáneamente la provisión total. El bajo costo de los alimentos, pues, pasó a depender por completo del caudal de energía barata que se pondría al servicio de Occidente. El desarrollo trajo una nueva agricultura, sobre un sostén químico, dependiente absolutamente de la energía barata, obtenida principalmente del petróleo.
¿Hasta qué punto dependen los países industrializados del petróleo y sus derivados? Esta pregunta puede responderse señalando todo lo que se fabrica en base a los hidrocarburos: aceite para calefacción, grasas, ceras, asfaltos; además, aeronaves, automóviles, embarcaciones, pegamentos, resinas plásticas, pintura, ropa de poliéster, zapatillas deportivas, juguetes, tintes, aspirinas, desodorantes, maquillajes, discos, computadoras, televisores, teléfonos. Cada día, millones de personas usan gran parte de los más de cuatro mil artículos o productos derivados del petróleo que han puesto su signo en la vida contemporánea.
La ingeniería ecológica que permitió elaborar las variedades alimentarias contemporáneas puede sostenerse, únicamente, si no se interrumpe el gran flujo de energía barata utilizada hasta hoy.
Esto es, como se sabe, absolutamente imposible. El botín de combustible fósil sobre el que se construyó la prosperidad de los países industriales está llegando ya a su final. Cerca de la mitad del petróleo fue consumido ya por Occidente. Los mejores yacimientos carboníferos están agotados. Mientras tanto, poblaciones muy numerosas se han acostumbrado a la corriente eléctrica, los automóviles, los alimentos híbridos, el confort tecnológico, en fin, todos elementos para cuya producción o sostenimiento se requieren índices elevadísimos de combustibles fósiles. Pero a la exorbitante absorción de energía de Occidente se suman con velocidad creciente los requerimientos de inmensas masas poblacionales del Tercer Mundo, como las de China, América Latina o La India, arribando un poco tarde pero no por ello con menos apetencias al nicho occidental.
De tal modo, el mundo se está quedando ya sin disponibilidad de energía barata, tendencia que no hará otra cosa que acentuarse más y más. Los precios del petróleo alcanzarán en un corto plazo niveles que resultarán inalcanzables. Salvo que se domine los últimos yacimientos y se los administre despóticamente, para favorecer solamente a las naciones dominadoras.
Junto a esta elevación en los costos energéticos viene el encarecimiento, también, de los alimentos y el costo de la vida en las franjas civilizadas. Aún las especies vegetales híbridas serán cada vez más caras, impidiendo incluso que puedan disponer de ellas los países pobres. Y al mismo ritmo en que se vayan abandonando los cultivos de estas especies se producirá un alza creciente de los precios en el mercado, multiplicando la pobreza en el mundo entero.
Ante este panorama, la humanidad tiene al parecer únicamente dos caminos posibles. Uno es reducir y redistribuir sus potenciales energéticos, llevándolos a niveles admisibles, mientras emprende con decisión la sustitución de recursos. O cae bajo el control de los países más ricos y mejor armados, que establecerán áreas de prosperidad temporaria, junto a suburbios cada vez más pauperizados y carentes de toda tecnología.

9. Guerra nuclear

Desde el comienzo de la utilización masiva de dos inventos chinos -la imprenta y la pólvora- (1) llevadas a su máximo desarrollo en Occidente, ninguna nación imperialista ha podido conservar ventajas técnicas el tiempo suficiente como para asegurarse una conquista.
Los alemanes, con Hitler a la cabeza, estuvieron a punto de lograrlo por última vez. Pero ni siquiera con su fulminante blitzkrieg, lograron evitar que sus enemigos aprendieran sus métodos y encontraran otra solución militar, en un tiempo suficientemente breve como para derrotarlos.
Mas la invención de bombas nucleares, volando hacia sus objetivos en cohetes teledirigidos, ha cambiado sustancialmente las condiciones de la guerra. Este potencial terrible permite destruir a distancia y sistemáticamente la resistencia militar de un país, incluyendo a su población. Por cruel que parezca, esto puede resultar una ventaja adicional para el conquistador (los imperios pocas veces se detuvieron por consideraciones morales en su historia). Una victoria veloz, un territorio con poca gente habitándolo: tales fueron los objetivos ideales de toda conquista militar imperialista, siempre.
El ataque nuclear liberaría, pues, a los conquistadores del engorroso problema de dar ubicación u ocuparse del status social de los derrotados. Sólo habría que desembarazarse de sus cadáveres.
Ahora bien, podríamos preguntarnos si es apetecible, para un país agresor, la ocupación de un país impregnado de radioactividad. Los estrategas ya contestaron esta inquisición, luego de un análisis concienzudo de la realidad. Y su respuesta es "sí".
Una vez que el país elegido como víctima fuera convertido en un cementerio radioactivo, es posible aprovechar la mayor parte de su territorio en un lapso de sólo veinte años. Este periodo resulta pequeño, si consideramos los periodos de tiempo normales en que suele desarrollarse cualquier proceso histórico. Comprobaciones empíricas han demostrado que veinte años después de haber sido bombardeada masivamente con armas nucleares, la tierra recupera su fauna y su flora prácticamente con la misma vitalidad previa a su destrucción. Los estrategas han señalado incluso que, si los atacantes apuntaran exclusivamente a las ciudades, para eliminar a la población, los campos de cultivo podrían ser utilizados casi inmediatamente después de terminado el exterminio de ciudadanos enemigos.
Ahora bien, si el objetivo es el dominio de fuentes de energía, como el petróleo, el carbón o el gas, una buena parte del país conquistado podría utilizarse de inmediato. La riqueza subterránea permanecería intacta, luego de cualquier ataque nuclear, por intenso que este fuese. Y difícilmente alguien se interesaría por enfrentarse con un país que exhibiese tamaña capacidad de destrucción.
Razón por la cual una blitzkrieg nuclear ha venido a significar hoy el camino más conveniente para las potencias con capacidad para efectuarla. Máxime teniendo en cuenta que el problema principal que aflige a dichas potencias, hoy, es el agotamiento a muy corto plazo de sus reservas energéticas estratégicas. Y el peligro que representa para ellas la multiplicación de la demanda de energía en los incipientes sistemas tecnificados de las ciudades tercermundistas.

(1) ...en 751... a orillas del río Chu... salieron vencedores los árabes[...] Entre los prisioneros chinos [...] había algunos que conocían el secreto de la fabricación del papel (técnica descubierta en China al menos seiscientos cincuenta años antes). [...]...la manufactura del papel se extendió a Samarkanda y a Bagdad, desde allí pasó a Damasco, El Cairo y Marruecos y posteriormente entraría en Europa a través de Italia y España. (Historia Universal. Tomo 2.
"El mundo medieval". John A. Garraty y Peter Gay, de la Universidad de Columbia, EE.UU. Bruguera, España, 1981.
[...]...en 919, los chinos descubrieron la pólvora. (Isaac Asimov. Cronología del mundo. Ariel Ciencia. Colombia, 1991.

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 Julio Carreras
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